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Domingo, 19 de diciembre de 2010

ENTREVISTAS > TANER AKçAM, EL ESPECIALISTA EN EL GENOCIDIO ARMENIO, DE VISITA EN BUENOS AIRES

Contra el Estado de negacion

Fue militante de izquierda en una Turquía donde su padre era sindicalista docente, en las calles se marchaba contra el Imperialismo y la guerra de Vietnam y la juventud se organizaba en pos de reformas revolucionarias. Hasta que cayó preso y el fiscal pidió 700 años. A los tres se escapó cavando un pozo y huyó a Alemania, donde su vida cambió para siempre: se volvió investigador y dio con una pista que unía los juicios de Nuremberg con los juicios de 1919-1922 realizados en Estambul, y se convirtió en el principal referente del silenciado genocidio armenio. Exiliado, recién en 1999 pudo volver a su país. De paso por Buenos Aires para presentar su último libro, Un acto vergonzoso. El genocidio armenio y la cuestión de la responsabilidad turca (Colihue), Radar habló con el sociólogo e historiador Taner Akçam sobre su vida, su investigación y el titánico trabajo de luchar contra un Estado turco que se empecina en negar uno de los mayores genocidios de la era moderna.

 Por Martín Granovsky

Nacido en Turquía en 1953, Taner Akçam estuvo preso por su actividad como dirigente universitario de izquierda. Logró fugarse, y cuando emprendió una nueva carrera académica descubrió el genocidio armenio cometido por los turcos desde 1915 con más de un millón de víctimas. Akçam no vive más en Turquía, aunque desde 1999 está autorizado a visitar su país natal.

–Hoy me defino como un outsider –dice Akçam al hablar de Un acto vergonzoso, su trabajo editado por Colihue con el auspicio de la Fundación Luisa Hairabedian–. Un maverick, en inglés. Pero eso no significa que las cosas no me importen. Al contrario. Vivo intensamente la vida y lo que ocurre con la política y las garantías individuales.

Con la carga de cada cosa.

–Con la carga, con los cambios, con las novedades, con lo malo, con lo bueno... Yo en los años ‘60 era un dirigente estudiantil. Por supuesto que en 1968 fui un admirador del Mayo Francés y de las protestas en los Estados Unidos. Sé poco de la Argentina, de Uruguay y de Chile, pero lo suficiente para conocer que aquí, en esta región del mundo, los estudiantes tenían sus propias realidades y también miraban hacia París o hacia Berkeley. Sus realidades eran las de América latina. Las nuestras, las propias de Turquía. Y muchos estudiantes del mundo estaban envueltos en aquel clima de rebeldía, que en algunos países se combinaba con la lucha contra regímenes militares. Era el caso de ustedes, ¿no?

Sí. En 1968 gobernaba el general Juan Carlos Onganía, que había asumido en 1966, y esa dictadura terminaría el 25 de mayo de 1973.

–Al mismo tiempo, le cuento que crecí en una familia muy politizada. Mi padre era dirigente sindical. Se desempeñaba como secretario general del sindicato docente. Eso fue muy importante en mi socialización. Pertenecía a una familia de izquierda, y yo mismo terminé siendo un dirigente de la izquierda en la universidad. Era un marxista con formación incluida. Pero además tenga en cuenta que la tradición de izquierda se combinaba con una ideología secularista, laica, que venía de Mustafá Kemal Ataturk. Comprender el Islam, por ejemplo, era un problema para gente como mi padre. Y le diría, en general, que era un problema comprender la religión. La religión era vista apenas como una forma de fidelización de las masas, y a eso se oponía, entre los progresistas, una visión occidentalista. Recuerdo cuando mi hermano mayor fue a prisión. Un impacto para mí.

¿Por qué fue preso y por qué le impactó?

–¿Qué podía hacer en esa época? Participar en manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Directo a la prisión. Una semana. Lo fui a visitar al cuartel de la policía donde estaba detenido. Yo tendría unos 14 o 15 años y fue un shock. Después, en uno de los golpes militares de esa época, que fue inestable en Turquía, mi padre también fue preso.

No por Vietnam.

–No, en su caso tenía un motivo propio: lo arrestaron por su actividad sindical. O sea que, ya ve: guerra de Vietnam, movimientos estudiantiles, rebeldía, un padre gremialista y docente... En 1973, Turquía vivió un período de mayor democracia y el movimiento estudiantil emergió otra vez. Algunos de los líderes tenían prestigio y habían sufrido mucho. Hubo casos de tortura y eso también fue otro impacto fuerte en mi vida. Así me convertí en líder del movimiento estudiantil de Ankara. Queríamos una educación más democrática con representación de los estudiantes.

En la Argentina, las dictaduras no respetaron la conquista, pero eso se logró con la Reforma Universitaria de 1918.

–Nosotros queríamos lo mismo. Era un plano doble, por supuesto. Buscábamos una educación más democrática y pensábamos que la democratización en general sería un primer escalón para llegar al socialismo. Fui director de Juventud Revolucionaria, una publicación que comenzamos a sacar. Y entonces empecé a transitar por experiencias nuevas, porque publicar ciertas cosas era peligroso en cualquier situación. Considere, por ejemplo, que, a comienzos de los años ‘70, Turquía copió una ley que había implantado Benito Mussolini en Italia. Prohibía hasta la sola mención de la existencia de la lucha de clases e incluso de la existencia de clases sociales.

Esas cosas raras no existían en Turquía.

–No. Querían convencer a la población de que se trataba de un país absolutamente homogéneo donde los ciudadanos eran perfectamente iguales. Y la propaganda comunista, o lo que fuese considerado propaganda comunista, como pensar diferente, se penaba con diez años de prisión. Todo era delito. Hablar de dominación era un crimen. Decir la palabra kurdo era un crimen.

¿Y cómo se nombraba un kurdo?

–Un turco de la zona montañosa. Más allá de ahí, castigo severo. Por supuesto, terminé arrestado. Fue en 1976. El fiscal sumó acusaciones y pidió 700 años de prisión.

Veo que no los cumplió.

–No. Me quitaron la libertad y me arruinaron la carrera que estudiaba en aquel momento. Yo quería un Master en Economía para seguir un posgrado en la London School of Economics. Era mi sueño. Por suerte el arresto fue tan arbitrario que el mío se convirtió en un caso famoso, a tal punto que Amnistía Internacional lo tomó como un emblema. Para ellos yo era prisionero de conciencia y así me empezaron a presentar ante el mundo en sus denuncias.

¿Amnistía Internacional logró liberarlo?

–No llegaron. A pesar de los 700 años que pidió el fiscal, me condenaron a ocho años, nueve meses y 20 días en la cárcel. Se lo digo así, con exactitud. Pero estuve tres años preso. Tal vez usted lo haya escuchado de presos políticos en la Argentina, pero quiero decirle que la cárcel fue mi segunda universidad. Era lo que pensaban entonces los dirigentes de izquierda. Si eras marxista, eras bueno. Si además te tocaba la cárcel, eras doblemente bueno. Estaba con otros estudiantes, con otros dirigentes políticos. Hablábamos mucho. Y un día, hablando, unos decidimos escaparnos.

¿Cómo se escaparon?

–Cavamos un pozo durante dos meses, con muchísimo cuidado de no hacer ruido ni dejar rastros de tierra, y al fin salimos del otro lado. Me habían conseguido un pasaporte falsificado. Logré cruzar Turquía, salir del país y llegar a Alemania. Me arrestaron. Tenía miedo de que me deportaran, porque sabía que la pena en una prisión turca sería aún mayor que antes, hasta que después de dos meses y medio en Munich me anunciaron que había llegado a verme un abogado. Otro prisionero me recomendó que en ese momento revelara mi verdadera identidad. Se la dije al abogado. Sonrió y me dijo: “Ya sé, Taner, pero quería comprobarlo. Tu papá está ahí afuera”. Claro, otra vez había contactado a Amnistía Internacional, que volvió a tomar mi caso. Todavía sigo en contacto con la gente de AI que conocí en esa época. No sabe qué agradecido estoy con ellos...

Usted es turco y es experto en genocidio armenio. En su relato me habló de los kurdos y la guerra de Vietnam, y hasta de la eliminación de las clases sociales por decreto, pero el exterminio de los armenios no apareció.

–Es que ni yo tenía idea real del tema en ese momento. En Turquía no habían quedado huellas. Ni Historia. Empecé a interesarme por el tema en 1988, en Hamburgo, en un instituto de investigación social. El director era hijo de un amigo de Heinrich Himmler, el jefe de las SS de Adolf Hitler. A ese amigo, Himmler le había dado la concesión del comercio de tabaco. Bueno, su hijo, el director del instituto, heredó el dinero de su padre y decidió que el mejor destino que podía darle era financiar investigaciones sobre lo que había ocurrido en Alemania. Empecé a estudiar la teoría de la tortura, que era uno de los temas del instituto. Mi objetivo, ya no en la Economía, volvía a ser convertirme en un investigador. Me interesé mucho en la Filosofía. Tomé cursos sobre Max Weber, sobre Hegel, sobre Kant, sobre Marx. Se me ocurrió que como tema de doctorado estudiaría la historia de la tortura en Turquía. A esa altura había dejado de ser un marxista. De cualquier manera, para mí Marx es tan respetable como Aristóteles. No habría pensamiento lógico sin ellos dos.

Disculpe, estuve en Alemania por primera vez en 1988. Creo que no fue un año cualquiera. Recuerdo que en muchas ciudades había memoriales o instalaciones por los 50 años de la Noche de Cristal, cuando los nazis atacaron a los judíos de Berlín.

–Efectivamente, ése fue un disparador muy importante de muchos estudios alemanes y se generó un clima de estímulo a proyectos como el mío. Al principio, como suele suceder, mi proyecto era enorme. Estudiaría el Imperio Otomano de fines del siglo XIX y los pogroms, con masacres de 8 o 10 mil personas. Haría una macroteoría de Auschwitz, de los gulags soviéticos, de la bomba atómica de Hiroshima. Mi objeto de estudio se acotó cuando puse la lupa sobre los juicios de Nuremberg contra los nazis. Descubrí que habían tomado elementos de los juicios de 1919-1922 realizados en Estambul para juzgar la matanza de los armenios. Ahí es cuando surge la noción de crimen contra la humanidad. Se realizaron 63 juicios con 16 sentencias a la pena de muerte, algunas de ellas en ausencia de los condenados. Hubo tres ahorcados. ¿Y por qué? Por haber participado en un asesinato masivo. A esa altura había conseguido documentos.

¿Actuaron tribunales civiles?

–No, militares. Con esos documentos extendí el propósito de mi investigación. Ya no abarcaría sólo el funcionamiento de los tribunales sino el genocidio.

¿Por qué, si la historia posterior buscaba la homogeneidad en la descripción de los hechos, se produjeron esos juicios?

–Porque entre 1919 y 1922 hubo una brecha en la continuidad que venía de antes y volvería ese último año. El propio Ataturk estuvo en un momento contra la matanza, que fue calificada de “acto vergonzoso”.

¿Cuál fue la razón por la que antes y después ese genocidio fue negado?

–Porque se trataba de alimentar la idea de una victoria nacional contra el poder imperialista. En 1923 se dejó la historia en cero. Y ahí comenzó todo. Una nación recién nacida que, como todo recién nacido, no tenía nada que recordar sino toda una vida por vivir. Claro, parecía una nación creada a partir de la nada.

¿Sigue siendo así?

–Desde 2002 hay un cambio en la elite turca. Un cierto conflicto de la nueva guardia con la vieja. No sabemos todavía qué profundidad alcanzará, pero de todos modos una fisura siempre es positiva en estos casos. Tenga en cuenta que la posición estatal se ve reforzada por la intervención militar turca en Chipre, en la década de 1970.

En aquel período de brecha que usted describió, también Turquía combatió contra los griegos y resultó victoriosa.

–Es que existe, por eso, una tradición de invencibilidad que fortalece las posiciones cerradas del Estado turco y les garantiza apoyo de clase media a los militares en distintos momentos de la historia. Hoy le puedo decir algo con toda certeza: ¿sabe cuál es la característica principal del genocidio armenio? Haberlo negado con tanta persistencia. Por eso la masacre de armenios incluyó la eliminación de grupos enteros de intelectuales. Eso logró que a los armenios les llevara 50 o 60 años volver a juntar fuerzas, energía y conocimiento para reconstruir su propio pasado. Primero hay que sobrevivir, después integrarse y comer, y recién en tercer lugar se puede reflexionar.

¿Puede explicar mejor el mecanismo estatal de negación?

–En Turquía es explícito. Está en la Constitución y es atribución del Consejo Nacional de Seguridad. Hay, además, un comité especial para luchar contra la idea del genocidio. Cuando digo Constitución, Consejo y comité, digo presupuesto y burocracia. Desde 1999 voy a Turquía todos los años a visitar a mi familia y a mantener contactos académicos. Y cada vez me convenzo más, sobre la base de nuevos documentos y de nuevas reflexiones, acerca de las peculiaridades de cada genocidio del siglo XX. En el genocidio armenio, lo más saliente fue la negación. En la Shoá cometida por el nazismo, la perfección del asesinato masivo. Y en Ruanda, la velocidad de la matanza.

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Taner Akçam en la ESMA, uno de los lugares que visitó en su estadía en la Argentina y Uruguay, durante la que presentó su libro en la Universidad Nacional de Córdoba, de Buenos Aires y de la República, en Montevideo, con la colaboración de la Fundación Luisa Hairabedian.
 
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