sábado, 2 de octubre de 2010

El partido-red

Una última frontera del proceso de democratización es, sin lugar a dudas, el tan cacareado asunto de la participación, la profundización de la democracia y la proximidad. ¿Cómo organizar la función de intermediación y representación política en una sociedad más compleja, más diversa culturalmente, más educada e informada, más consumista y mediática, tecnológicamente más avanzada, más sofisticada y más frágil al mismo tiempo, más líquida, en suma, para decirlo en palabras de Z. Bauman?

El sistema económico es un espejo en el que nos podemos inspirar. Las empresas de hoy, como bien nos contaba M. Castells en su célebre trilogía, son empresas-red. Esto quiere decir que es organizan en unidades funcionales que se hacen y se deshacen. Cada vez sirven menos las viejas empresas fordistas, estructuradas como una pirámide fija.

¿Es posible hacer algo parecido con las organizaciones políticas? ¿Es deseable? El objetivo, en el caso de los partidos, ¿cuál debería ser? Obviamente, no podría ser otro que maximizar su productividad en términos de participación. Pero ¿qué es la productividad en el caso de los partidos? ¿Cómo la medimos? Como decimos, se trata de maximizar la productividad en términos de participación. No se trata de medirla en términos de votos, sino en su capacidad ya no sólo para representar, sino para incluir al ciudadano en el proceso político; su capacidad para “politizar”, es decir, activar el ser-político que, a priori, todo ciudadano, por el hecho de serlo, se supone que lleva dentro.

El proceso político tiene muchas fases y muchas actividades a través de las cuales se manifiesta: el debate, la movilización, la formación y la información, la deliberación, la toma de decisiones propiamente dicha, el control de las instituciones y los gobiernos, etc. Para maximizar la productividad en términos de participación, de la misma manera que las pirámides fordistas ya no valen para crear riqueza en el caso de la empresa, tampoco sirven ya los clásicos partidos políticos piramidales, herederos del centralismo democrático. Necesitamos partidos-red: no una sino una suma de organizaciones, de distintos tamaños, cada una con su especialización funcional, que tengan una relación a la vez de conexión y autonomía.

El partido-red es una estructura compleja –y hasta cierto punto dispersa- capaz de maximizar la participación política en la medida que cada uno de los nodos ofrece una puerta distinta y específica para “entrar” en la actividad política, ya sea mediante la reflexión o la acción. Contra la visión del siglo XX, según la cual la agrupación de fuerzas en una sola organización era la manera de fortalecer la capacidad política de los partidos, probablemente hoy los partidos políticos estrictamente considerados, si quieren ser efectivamente hegemónicos, deberán renunciar a absorberlo todo, controlarlo todo, dirigirlo todo, y conformarse con ser simplemente el nodo principal de una red plural y compleja, con mil nodos complementarios, que se intercambian información, ideas, decisiones y acción.

Lo más irónico del caso es que, probablemente, a día de hoy la mayoría de los espacios políticos, en nuestras sociedades democráticas, ya estén organizados así: de manera reticular y dispersa. Sin embargo, al analizar esta situación con el paradigma antiguo –con las gafas del fordismo político- esta realidad llena de posibilidades no es reconocida como una oportunidad y una riqueza sino como un problema. Por lo tanto, el reto de hoy es conseguir que las redes lo sean conscientemente, organizar-se en forma de partido-red de manera voluntaria y no por mera necesidad, sin saber muy bien por qué. Lo fundamental es que entre los distintos nodos haya una relación de cooperación, a la vez que de autonomía, que se reconozcan y se sepan especializar, y no que se nieguen, compitan o se boicoteen entre sí. Evidentemente, las TIC e Internet, igual que en el mundo de la economía, es una herramienta imprescindible para acometer con éxito esta empresa.

No olvidemos que la participación y la proximidad pasan a ser, de manera espontánea, el polo compensatorio de la construcción de partidos supra-estatales, capaces de actuar como global players. Si para reconstruir el Estado Social y para gobernar la globalización hacen falta partidos europeos, es decir, si la política en cierta medida no tiene más remedio que alejarse, ¿de qué manera devolver al ciudadano la experiencia inmediata de la democracia, tan necesaria para mantener la legitimación de este sistema político? La participación y la proximidad no son sólo una consecuencia de los mayores niveles de educación de nuestras sociedades, sino fundamentalmente una necesidad dialéctica de una política (democrática) que necesita globalizarse para recuperar la eficacia perdida.

Los partidos del siglo XXI tienen que ser capaces, en síntesis, de desplazar simultáneamente la política hacia arriba y hacia abajo –o, si se prefiere, hacia fuera y hacia adentro-. Sólo así volverán a ser el instrumento útil al servicio del proceso de democratización continua, recuperando esa función que desde los inicios de la modernidad los ha dotado de identidad y de sentido.

Toni Comín. Profesor de Ciencias Sociales en ESADE. Licenciado en Filosofía y Ciencias Políticas

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