Por Miguel A. Herguedas

"Nuestro club ha sido y es esencial en la historia del fútbol y por eso siempre debe ser ejemplar. No debemos olvidar que nuestro prestigio y nuestra imagen son el tesoro más preciado que tenemos y que hemos conseguido a lo largo de los 107 años de historia [...] El Real Madrid fue fundado e impulsado por valores indiscutibles. Valores que nos dejaron hombres inolvidables para todos nosotros. Hombres como Santiago Bernabéu o Alfredo Di Stéfano que nos mostraron no sólo el camino a seguir sino cómo afrontar ese rumbo". El 1 de junio de 2009, en justa réplica a la nefasta gestión de Ramón Calderón, Florentino Pérez se presentó con estas palabras como nuevo presidente del Madrid. 18 meses y varias trifulcas después, habría que preguntar a José Mourinho si estaría dispuesto a suscribirlas.

Durante la comida de Navidad con las plantillas de fútbol y baloncesto, Pérez insistió en este mensaje y recordó la "importancia de transmitir una buena imagen, acorde a los valores del club". Entre el selecto auditorio destacaban Jorge Valdano y Mourinho. Justo enfrente, el director general y ministro portavoz, icono del señorío y la palabra calma. A su derecha, "el mejor entrenador del mundo", recurso de urgencia para acabar con la tiranía del Barcelona y autor de memorables salidas de tono en los cuatro últimos meses, desde los gestos a la grada 'milanista' en San Siro hasta el sainete de las expulsiones en el Amsterdam Arena.

Dos ejemplos nada más de la personalidad de Mourinho, al que nadie discute su categoría, sino las formas. Desde el hincha más castizo hasta el presidente. Por primera vez en las dos últimas décadas, el Bernabéu canta a su entrenador y hasta se venden camisetas blancas con su nombre y el dorsal número 1. Mucha gente adora su avasalladora personalidad y su manifiesta contribución en la mejora del equipo. Sin embargo, las constantes alusiones al Camp Nou y a los árbitros suponen un desgaste inevitable, un caos típico del Barcelona de los 80. Y eso también lo sabe desde el hincha más castizo hasta el presidente.

Mourinho firmó cuatro años y siempre ha recordado que para cumplirlos, todo el mundo ha de sentirse "feliz". "Yo, la afición y el presidente, todos". Tanto en Londres como en Milán se revolvió como una fiera contra las potenciales amenazas. Pero el domingo se pasó de frenada y puso patas arriba las estructuras del club. Lo más grave no fue su victimismo con los árbitros (de hecho, en abril de 2005, también con Florentino como presidente, se dio otro caso flagrante, con aquel comunicado titulado "Los siete pecados capitales de González Vázquez"). Lo crucial del asunto fue el incendio creado con los superiores. Un precio muy caro para la última cortina de humo del portugués. No quería que se hablase del mal juego del equipo y ahora nadie para de cuchichear sobre sus desavenencias con Valdano, con el que nunca compartió afinidades precisamente.

Tres semanas después del 5-0 del Camp Nou, el Madrid se enfrenta a una situación sin precedentes. Tras confiar su destino a un técnico plenipotenciario, ahora la criatura se rebela contra el palco. El equipo funciona bien, conserva intactas sus opciones en los tres torneos y pronto recuperará a Higuaín y Kaká. Sin embargo, el entrenador ha abierto una herida que no se sutura en una comida de Navidad, porque afecta a los mismos cimientos de la entidad. Por eso, Florentino debe tomar la palabra. Al fin y al cabo, es el único jefe al que Mou respeta. Al menos, por el momento.

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