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Simulacro real, efectos, texto subido por Alberto Sladogna, psicoanalista, @sladogna



Continuamos aquí con la reseña de la obra de Jean Baudrillard, conviene detenerse en algo que los políticos de izquierda, se llamen progresistas o no, han dejado de lado, la experiencia del socialismo, que fue motejado sin vergüenza como el “socialismo real” ¿Se darán cuenta los políticos y sus teóricos de lo que implica introducir un “socialismo” calificado de “real”? Un aspecto de ese “real” no fue otro que el Gulag y los tormentos que se ejercieron sobre millones de humanos a nombre de construir un “hombre nuevo” ¡Qué extraña y cruel consigna amorosa! Consigna que acompañó a regímenes socialistas: el fascismo italiano de Mussolini, el nacionalsocialismo de Hitler, el socialismo de Lenin,  la revolución cultural de Mao-Tse-Tung y…
Aquí subimos la segunda parte del artículo escrito por Gonçal Mayos Solsona de la Universidad de Barcelona, Barcelona, España: Maestros del pensamiento de la juventud radical


Maestros de pensamiento de la juventud radical

Los episodios y las consecuencias del genocidio nazi y el conocimiento detallado de lo que implicó el Gulag del Socialismo fueron muy fuertes para J. Baudrillard. Estas vivencias marcaron profundamente (a pesar de las muy diversas actitudes) la generación de Jean Baudrillard (1929-2007). Entre los que le son más próximos, mencionaremos a los geniales analistas de la condición contemporánea (un poco más viejos): Jean-François Lyotard (1924-1998), Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984) y el norteamericano Andy Warhol (1928-1987), y los un poco más jóvenes: Jacques Derrida (1930-2004), Pierre Bourdieu (1930-2002) y Guy Debond (1931-1994).
       
Significativamente, todos ellos han muerto hace relativamente poco y sin embargo, además, siguen siendo unos de los analistas más citados sobre la crítica a la sociedad avanzada, la cultura de masas, la condición contemporánea..., y siguen siendo “maestros de pensamiento” de la juventud radical. Aparentemente y a dos años de su muerte, Jean Baudrillard parece más olvidado, a pesar de que, después de un tiempo bastante largo y oscuro, encarnaba la crítica más radical, iconoclasta y nihilista.

Recordemos que Baudrillard había escogido el papel –tan difícil como agradecido y transitado en el mundo cultural francés– de pasar a ser radical “crítico de los críticos”. Baudrillard tomó nota de los análisis de su generación, ya muy radicales, para sacar de ellos conclusiones aún más radicales. Insistía en levantar una “sospecha” sobre las muchas sospechas de su generación (y que la época ciertamente favorecía) y a partir de estas. Este intento no era nada fácil; si ya costaba mucho asumir las críticas de pensadores como Lyotard, Warhol, Debond o Foucault, las radicalizaciones hiperbólicas de Baudrillard parecían delirantes.

Además, Baudrillard provenía de una familia humilde, se movía en los márgenes del mundo intelectual francés y tenía una formación aparentemente más ecléctica que sólida. Mezclaba estudios literarios, semióticos, estructuralistas, marxistas, de teoría de la comunicación, incluso de patafísica y el teatro del absurdo (Alfred Jerry) o el teatro de la crueldad de Antonin Artaud. Poco a poco, sin embargo, Baudrillard logró encarnar el modelo del outsider que se hace un lugar central en el debate intelectual a base de atrevimiento y polémica.

Se consagró a base de jugar a “aventajar” a los grandes nombres de su generación, denunciándolos como compañeros de viaje que se han quedado a medio camino o como críticos inconsecuentes que acaban temblando y claudicando ante la lógica de los propios pensamientos. Como un alter ego de Nietzsche, aunque más mundano y menos solitario, Baudrillard sigue una crítica generalizada muy similar, nihilista y radical. Sobre todo, adapta la crítica nietzscheana a la sociedad de consumo y de los mass media, que considera una “sociedad simulacro” (tanto porque es donde “adviene el simulacro” como porque ella misma no es más que un inmenso simulacro). Baudrillard afronta un radical “intercambio simbólico” que quiere subvertir el sistema mediante la sistemática “radicalización de todas las hipótesis” e imponiendo a todos los “modelos” o “simulacros” “una reversibilidad minuciosa” (El intercambio simbólico y la muerte, 1976).

Enfrentado tanto a los “conservadores” como a los “progresistas”, Jean Baudrillard pasó a ser sociólogo en Nanterre en contra del omnipresente y entonces dominador Bourdieu. Participa en la Internacional Situacionista de Mayo del 68 junto a Debond, pero evoluciona mucho más allá y desarrolla una obra más completa. A pesar de estar muy próximo a él, desafía al marxismo al proclamar que la nueva base del orden social es el consumo y no la producción (La sociedad del consumo, 1970, y Para una crítica de la economía política del signo, 1972).

 En un gesto espectacular que, además, intuye el agotamiento del estructuralismo francés (en el que se le enmarca), identifica y ataca con agudeza al pensador más radical, sistemático y potente del momento: Michel Foucault. Baudrillard se da a conocer masivamente con el libro Olvidar a Foucault (1977). Una vez más, intenta superar al crítico (Foucault), denunciando que este ha falseado o cortado abruptamente su crítica, y lo ha hecho por el viejo ídolo de la “voluntad de verdad”. Baudrillard denuncia a Foucault porque este todavía cree –dice– en “la Verdad” como absoluto, identificándola con las relaciones de poder y con el poder configurador del poder (valga el juego de palabras).

 Significativamente, Foucault no lo niega, sino que menosprecia a Baudrillard, acusándole de polemizar sin ningún otro fin que el de buscar la fama, en un juego completamente frívolo. En cierto sentido, Foucault tiene razón; pero Baudrillard considera demostrada su tesis y su superación crítica del crítico más radical que también se ha postrado ante el ídolo “Verdad” (reconstruido de acuerdo a su peculiar ideología). En todo caso, el mundo publicístico consagra el gesto de Baudrillard de desafiar al gran monstruo intelectual francés del momento, que (como Derrida) incluso ya era reconocido en el mundo anglosajón.

 Ahora Baudrillard parece bastante libre y seguro para generalizar su análisis a los aspectos más variados y peculiares de la cultura contemporánea y de las sociedades avanzadas; es decir: la actual sociedad simulacro. Entonces, como un nuevo Tocqueville, se enfrenta al gran reto de analizar a la potencia líder (Estados Unidos) y a la gran metrópoli (Nueva York), que culminan las contradicciones y fascinaciones de la sociedad actual. En América (1986), Baudrillard teoriza con agudeza sobre el mundo que Andy Warhol (solo un año mayor) supo vivir y plasmar tanto genial como intuitivamente.

 Baudrillard encuentra en el mundo norteamericano la manifestación más descarnada de la amenaza que se oculta tras las metrópolis actuales, la metrópoli física y la “cosmópolis” telemática: rehuir el simulacro para caer en la “hiperrealidad”. Así pues, afirma que una misma fascinación o dialéctica fatal marca la búsqueda afanosa de la perfección corporal y la eterna juventud, de la moda cool y la personal identidad way, incluso del “conocimiento” y la “información”..., sin que importe en absoluto si solo se logra un simulacro que no se reconoce como a tal, una ficción o, aún peor, algo degradado a mero consumo y “espectáculo”.

En una deriva hacia análisis cada vez más populares y publicísticos, Baudrillard insiste en que las sociedades avanzadas son el mundo del simulacro por el simulacro. Solo este es interesante y digno de ser teorizado, y el método correcto es reconocerlo así. En la cima de la popularidad de Baudrillard, incluso se considera de manera generalizada que la famosa película Matrix (1999) está marcada por su pensamiento. Ciertamente, Baudrillard lo niega: su sociedad del simulacro no es identificable con el engaño universal a que condena la humanidad la máquina “real y verdadera” Matrix, y la liberación que se plantea resulta francamente ridícula.

De la realidad al simulacro

Ya perseguido por una interpretación banal de su teoría del simulacro, en 1991 Baudrillard había publicado una de sus intervenciones más polémicas sobre la actualidad: el libro La guerra de Iraq no ha tenido lugar. Desarrollando un famoso aforismo de Canetti, profundiza en la inevitable transformación a mero simulacro de todo lo que es mostrado o revelado a través de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información. Glosa la famosa “transmisión en directo” de los bombardeos de Bagdad por la CNN, que, ciertamente, acababa degradada a una especie de juego de ordenador malo (además, en las antiguas pantallas verdes fosforescentes). Se pretendía mostrar el acontecimiento histórico en directo tejiendo unas borrosas trayectorias luminosas en el cielo, algún lejano fuego de hipotéticos impactos de misiles..., pero sin ningún sentido ni “acontecimiento humano” propiamente dichos. La muerte y los muertos, la sangre y el sufrimiento humanos, estaban totalmente elididos; la vida y, sobre todo, la muerte habían sido reducidas a un videojuego, escamoteadas.

Fuertemente criticado por este libro, que pocos leyeron o fueron más allá de sus primeras páginas, Baudrillard no disminuyó su intensidad en los análisis publicísticos de impacto masivo. En parte por su culpa, en parte por el personaje en que se había convertido y –en gran parte– porque los tiempos estaban cambiando drásticamente, las críticas a sus planteamientos se acentuaban. El momento político era angustiante, nuevas formas de nihilismo radical emergían en el horizonte y mucha gente estaba cansada de las derivas posmodernas. Todo eso iba en contra de Baudrillard, que jugaba –como es natural en él– a radicalizarlo todo pese a su teoría del simulacro que parecía –y en algún sentido lo era– la quintaesencia del posmodernismo, el nihilismo, el relativismo y el cinismo contemporáneos.

Significativamente, cuando analizó el atentado del 11 de septiembre (en el que también se sustrajeron los cadáveres y el sufrimiento, y no se permitió la circulación de las fotos, etc.), Baudrillard tuvo que reconocer la realidad y maldad del terrorismo internacional. En un giro que sorprendió a muchos de sus seguidores, considera aquel atentado un “acontecimiento absoluto” (Réquiem por las Torres Gemelas, 2002, y El espíritu del terrorismo, 2002). Baudrillard parece admitir que por lo menos el mal en estado puro –si bien solo por unos instantes– rompe la “sociedad simulacro” y toda estrategia fatal con una presencia tan rotunda como Auschwitz. Jean Baudrillard recupera por unos instantes a Theodor W. Adorno o Primo Levi.

A pesar de ello, Baudrillard no olvida que las sociedades avanzadas se convierten en “sociedades simulacro”, fatalmente capturadas por unas dinámicas que no pueden evitar porque las constituyen (Las estrategias fatales, 1983). Fascinadas por la infinita potencia de la seducción (De la seducción, 1979) que permite “dominar el universo simbólico” de mil maneras, las sociedades avanzadas no pueden escapar a ella “fatalmente” y su verdad o realidad radica tan solo en esta ilusión que las atraviesa y pasa a ser –eso sí– su gran fuerza productiva (Simulacros y simulaciones, 1981, y La ilusión del fin, 1992).

El conocimiento, en el centro de la producción y del consumo

La actual sociedad del conocimiento tiene en éste –recuerda Baudrillard– el gran sector productivo, pero también de consumo; el centro de toda oferta y toda demanda. Hoy sabemos –apenas dos años después de su muerte– que a la gran máquina central de fabricación de sueños y ficciones (la verdadera Matrix) ejemplificada por Hollywood, que la televisión ha convertido en objeto de consumo universal en cualquier momento del día, le nacen infinitas nuevas fuentes de simulacros: prácticamente cualquier ciudadano lo puede intentar vía You Tube o Twitter.
       
También muy próximo a Baudrillard se manifiesta el joven artista danés Olafur Eliasson: “Estamos siendo testigos de un cambio en la relación tradicional entre realidad y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la realidad, sino del modelo al modelo, al tiempo que reconocemos que, en realidad, ambos modelos son reales. En consecuencia, podemos trabajar de un modo muy productivo con la realidad experimentada como conglomerado de modelos. Más que considerar el modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora funcionan al mismo nivel. Los modelos [los simulacros] han pasado a ser coproductores de la realidad”.
       
Una vez fallecido Baudrillard, el impacto de su teoría del simulacro no parece haber muerto con él. Como decía Nietzsche del nihilismo: el más siniestro de todos los huéspedes ha venido para quedarse. Aparentemente, eso no parecía preocupar a Baudrillard, ya que, como decía: si uno es fatalmente seducido por “producirse como ilusión”, ¿qué le importa “morir como realidad”? También hemos apuntado que aparentemente algunos “acontecimientos absolutos” parecían haber roto esta despreocupación e –incluso– abrir la posibilidad de despertar del sueño fatal, de la tan seductora como fatal “estrategia” civilizadora y omnipresente en nuestra sociedad actual que teorizó Baudrillard: la sociedad simulacro.

Ahora bien, si es posible que haya despertar..., ¿por cuánto tiempo? ¿Hasta qué punto? ¿Se puede evitar recaer –además– bajo otras falacias equivalentes o –incluso– aún peores?
 ( 2010)