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Continuamos aquí con la reseña de la obra de Jean
Baudrillard, conviene detenerse en algo que los políticos de izquierda, se llamen
progresistas o no, han dejado de lado, la experiencia del socialismo, que fue
motejado sin vergüenza como el “socialismo real” ¿Se darán cuenta los políticos
y sus teóricos de lo que implica introducir un “socialismo” calificado de “real”?
Un aspecto de ese “real” no fue otro que el Gulag y los tormentos que se ejercieron
sobre millones de humanos a nombre de construir un “hombre nuevo” ¡Qué extraña
y cruel consigna amorosa! Consigna que acompañó a regímenes socialistas: el
fascismo italiano de Mussolini, el nacionalsocialismo de Hitler, el socialismo
de Lenin, la revolución cultural de
Mao-Tse-Tung y…
Aquí subimos la segunda parte del artículo escrito por Gonçal
Mayos Solsona de la Universidad de Barcelona, Barcelona, España: Maestros
del pensamiento de la juventud radical
Maestros de pensamiento de la juventud radical
Los episodios y las consecuencias del genocidio nazi y el
conocimiento detallado de lo que implicó el Gulag del Socialismo fueron muy
fuertes para J. Baudrillard. Estas vivencias marcaron profundamente (a pesar de
las muy diversas actitudes) la generación de Jean Baudrillard (1929-2007).
Entre los que le son más próximos, mencionaremos a los geniales analistas de la
condición contemporánea (un poco más viejos): Jean-François Lyotard
(1924-1998), Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984) y el
norteamericano Andy Warhol (1928-1987), y los un poco más jóvenes: Jacques
Derrida (1930-2004), Pierre Bourdieu (1930-2002) y Guy Debond (1931-1994).
Significativamente,
todos ellos han muerto hace relativamente poco y sin embargo, además, siguen
siendo unos de los analistas más citados sobre la crítica a la sociedad
avanzada, la cultura de masas, la condición contemporánea..., y siguen siendo
“maestros de pensamiento” de la juventud radical. Aparentemente y a dos años de
su muerte, Jean Baudrillard parece más olvidado, a pesar de que, después de un
tiempo bastante largo y oscuro, encarnaba la crítica más radical, iconoclasta y
nihilista.
Recordemos que Baudrillard
había escogido el papel –tan difícil como agradecido y transitado en el mundo
cultural francés– de pasar a ser radical “crítico de los críticos”. Baudrillard
tomó nota de los análisis de su generación, ya muy radicales, para sacar de
ellos conclusiones aún más radicales. Insistía en levantar una “sospecha” sobre
las muchas sospechas de su generación (y que la época ciertamente favorecía) y
a partir de estas. Este intento no era nada fácil; si ya costaba mucho asumir
las críticas de pensadores como Lyotard, Warhol, Debond o Foucault, las
radicalizaciones hiperbólicas de Baudrillard parecían delirantes.
Además,
Baudrillard provenía de una familia humilde, se movía en los márgenes del mundo
intelectual francés y tenía una formación aparentemente más ecléctica que
sólida. Mezclaba estudios literarios, semióticos, estructuralistas, marxistas,
de teoría de la comunicación, incluso de patafísica y el teatro del absurdo
(Alfred Jerry) o el teatro de la crueldad de Antonin Artaud. Poco a poco, sin embargo,
Baudrillard logró encarnar el modelo del outsider que se hace un lugar central
en el debate intelectual a base de atrevimiento y polémica.
Se consagró a
base de jugar a “aventajar” a los grandes nombres de su generación,
denunciándolos como compañeros de viaje que se han quedado a medio camino o
como críticos inconsecuentes que acaban temblando y claudicando ante la lógica
de los propios pensamientos. Como un alter ego de Nietzsche, aunque más mundano
y menos solitario, Baudrillard sigue una crítica generalizada muy similar,
nihilista y radical. Sobre todo, adapta la crítica nietzscheana a la sociedad
de consumo y de los mass media, que considera una “sociedad simulacro” (tanto
porque es donde “adviene el simulacro” como porque ella misma no es más que un
inmenso simulacro). Baudrillard afronta un radical “intercambio simbólico” que
quiere subvertir el sistema mediante la sistemática “radicalización de todas
las hipótesis” e imponiendo a todos los “modelos” o “simulacros” “una
reversibilidad minuciosa” (El intercambio simbólico y la muerte, 1976).
Enfrentado tanto
a los “conservadores” como a los “progresistas”, Jean Baudrillard pasó a ser
sociólogo en Nanterre en contra del omnipresente y entonces dominador Bourdieu.
Participa en la Internacional Situacionista de Mayo del 68 junto a Debond, pero
evoluciona mucho más allá y desarrolla una obra más completa. A pesar de estar
muy próximo a él, desafía al marxismo al proclamar que la nueva base del orden
social es el consumo y no la producción (La sociedad del consumo, 1970, y Para
una crítica de la economía política del signo, 1972).
En un gesto
espectacular que, además, intuye el agotamiento del estructuralismo francés (en
el que se le enmarca), identifica y ataca con agudeza al pensador más radical,
sistemático y potente del momento: Michel Foucault. Baudrillard se da a conocer
masivamente con el libro Olvidar a Foucault (1977). Una vez más, intenta
superar al crítico (Foucault), denunciando que este ha falseado o cortado
abruptamente su crítica, y lo ha hecho por el viejo ídolo de la “voluntad de
verdad”. Baudrillard denuncia a Foucault porque este todavía cree –dice– en “la
Verdad” como absoluto, identificándola con las relaciones de poder y con el
poder configurador del poder (valga el juego de palabras).
Significativamente, Foucault no lo niega, sino que menosprecia a
Baudrillard, acusándole de polemizar sin ningún otro fin que el de buscar la
fama, en un juego completamente frívolo. En cierto sentido, Foucault tiene
razón; pero Baudrillard considera demostrada su tesis y su superación crítica
del crítico más radical que también se ha postrado ante el ídolo “Verdad”
(reconstruido de acuerdo a su peculiar ideología). En todo caso, el mundo
publicístico consagra el gesto de Baudrillard de desafiar al gran monstruo
intelectual francés del momento, que (como Derrida) incluso ya era reconocido
en el mundo anglosajón.
Ahora
Baudrillard parece bastante libre y seguro para generalizar su análisis a los
aspectos más variados y peculiares de la cultura contemporánea y de las
sociedades avanzadas; es decir: la actual sociedad simulacro. Entonces, como un
nuevo Tocqueville, se enfrenta al gran reto de analizar a la potencia líder
(Estados Unidos) y a la gran metrópoli (Nueva York), que culminan las
contradicciones y fascinaciones de la sociedad actual. En América (1986),
Baudrillard teoriza con agudeza sobre el mundo que Andy Warhol (solo un año
mayor) supo vivir y plasmar tanto genial como intuitivamente.
Baudrillard
encuentra en el mundo norteamericano la manifestación más descarnada de la
amenaza que se oculta tras las metrópolis actuales, la metrópoli física y la
“cosmópolis” telemática: rehuir el simulacro para caer en la “hiperrealidad”.
Así pues, afirma que una misma fascinación o dialéctica fatal marca la búsqueda
afanosa de la perfección corporal y la eterna juventud, de la moda cool y la
personal identidad way, incluso del “conocimiento” y la “información”..., sin
que importe en absoluto si solo se logra un simulacro que no se reconoce como a
tal, una ficción o, aún peor, algo degradado a mero consumo y “espectáculo”.
En una deriva
hacia análisis cada vez más populares y publicísticos, Baudrillard insiste en
que las sociedades avanzadas son el mundo del simulacro por el simulacro. Solo
este es interesante y digno de ser teorizado, y el método correcto es
reconocerlo así. En la cima de la popularidad de Baudrillard, incluso se
considera de manera generalizada que la famosa película Matrix (1999) está
marcada por su pensamiento. Ciertamente, Baudrillard lo niega: su sociedad del
simulacro no es identificable con el engaño universal a que condena la
humanidad la máquina “real y verdadera” Matrix, y la liberación que se plantea
resulta francamente ridícula.
De la realidad al simulacro
Ya perseguido por una interpretación banal de su teoría del
simulacro, en 1991 Baudrillard había publicado una de sus intervenciones más
polémicas sobre la actualidad: el libro La guerra de Iraq no ha tenido lugar.
Desarrollando un famoso aforismo de Canetti, profundiza en la inevitable
transformación a mero simulacro de todo lo que es mostrado o revelado a través
de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información. Glosa
la famosa “transmisión en directo” de los bombardeos de Bagdad por la CNN, que,
ciertamente, acababa degradada a una especie de juego de ordenador malo
(además, en las antiguas pantallas verdes fosforescentes). Se pretendía mostrar
el acontecimiento histórico en directo tejiendo unas borrosas trayectorias
luminosas en el cielo, algún lejano fuego de hipotéticos impactos de
misiles..., pero sin ningún sentido ni “acontecimiento humano” propiamente
dichos. La muerte y los muertos, la sangre y el sufrimiento humanos, estaban
totalmente elididos; la vida y, sobre todo, la muerte habían sido reducidas a
un videojuego, escamoteadas.
Fuertemente
criticado por este libro, que pocos leyeron o fueron más allá de sus primeras
páginas, Baudrillard no disminuyó su intensidad en los análisis publicísticos
de impacto masivo. En parte por su culpa, en parte por el personaje en que se
había convertido y –en gran parte– porque los tiempos estaban cambiando
drásticamente, las críticas a sus planteamientos se acentuaban. El momento
político era angustiante, nuevas formas de nihilismo radical emergían en el
horizonte y mucha gente estaba cansada de las derivas posmodernas. Todo eso iba
en contra de Baudrillard, que jugaba –como es natural en él– a radicalizarlo
todo pese a su teoría del simulacro que parecía –y en algún sentido lo era– la
quintaesencia del posmodernismo, el nihilismo, el relativismo y el cinismo
contemporáneos.
Significativamente, cuando analizó el atentado del 11 de septiembre (en
el que también se sustrajeron los cadáveres y el sufrimiento, y no se permitió
la circulación de las fotos, etc.), Baudrillard tuvo que reconocer la realidad
y maldad del terrorismo internacional. En un giro que sorprendió a muchos de
sus seguidores, considera aquel atentado un “acontecimiento absoluto” (Réquiem
por las Torres Gemelas, 2002, y El espíritu del terrorismo, 2002). Baudrillard
parece admitir que por lo menos el mal en estado puro –si bien solo por unos
instantes– rompe la “sociedad simulacro” y toda estrategia fatal con una
presencia tan rotunda como Auschwitz. Jean Baudrillard recupera por unos
instantes a Theodor W. Adorno o Primo Levi.
A pesar de ello,
Baudrillard no olvida que las sociedades avanzadas se convierten en “sociedades
simulacro”, fatalmente capturadas por unas dinámicas que no pueden evitar
porque las constituyen (Las estrategias fatales, 1983). Fascinadas por la
infinita potencia de la seducción (De la seducción, 1979) que permite “dominar
el universo simbólico” de mil maneras, las sociedades avanzadas no pueden
escapar a ella “fatalmente” y su verdad o realidad radica tan solo en esta
ilusión que las atraviesa y pasa a ser –eso sí– su gran fuerza productiva
(Simulacros y simulaciones, 1981, y La ilusión del fin, 1992).
El conocimiento, en el centro de la producción y del consumo
La actual sociedad del conocimiento tiene en éste –recuerda
Baudrillard– el gran sector productivo, pero también de consumo; el centro de
toda oferta y toda demanda. Hoy sabemos –apenas dos años después de su muerte–
que a la gran máquina central de fabricación de sueños y ficciones (la
verdadera Matrix) ejemplificada por Hollywood, que la televisión ha convertido
en objeto de consumo universal en cualquier momento del día, le nacen infinitas
nuevas fuentes de simulacros: prácticamente cualquier ciudadano lo puede
intentar vía You Tube o Twitter.
También muy
próximo a Baudrillard se manifiesta el joven artista danés Olafur Eliasson:
“Estamos siendo testigos de un cambio en la relación tradicional entre realidad
y representación. Ya no evolucionamos del modelo a la realidad, sino del modelo
al modelo, al tiempo que reconocemos que, en realidad, ambos modelos son
reales. En consecuencia, podemos trabajar de un modo muy productivo con la
realidad experimentada como conglomerado de modelos. Más que considerar el
modelo y la realidad como modalidades polarizadas, ahora funcionan al mismo
nivel. Los modelos [los simulacros] han pasado a ser coproductores de la
realidad”.
Una vez
fallecido Baudrillard, el impacto de su teoría del simulacro no parece haber
muerto con él. Como decía Nietzsche del nihilismo: el más siniestro de todos
los huéspedes ha venido para quedarse. Aparentemente, eso no parecía preocupar
a Baudrillard, ya que, como decía: si uno es fatalmente seducido por
“producirse como ilusión”, ¿qué le importa “morir como realidad”? También hemos
apuntado que aparentemente algunos “acontecimientos absolutos” parecían haber
roto esta despreocupación e –incluso– abrir la posibilidad de despertar del
sueño fatal, de la tan seductora como fatal “estrategia” civilizadora y
omnipresente en nuestra sociedad actual que teorizó Baudrillard: la sociedad
simulacro.
Ahora bien, si
es posible que haya despertar..., ¿por cuánto tiempo? ¿Hasta qué punto? ¿Se
puede evitar recaer –además– bajo otras falacias equivalentes o –incluso– aún
peores?
( 2010)
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