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Gambarimasu


La perseverancia es uno de los valores más presentes en la mente de los japoneses. Un valor transmitido generación tras generación, y que es uno de los fundamentos del Bushido. La vida no es solo soñar y empezar proyectos, también hay que ser perseverante e insistir hasta hacer realidad lo que cada uno se propone. Quizás sea otra de las razones por las que Japón logró convertirse en la segunda economía mundial después de perder la guerra. Pensa por ejemplo en el manga y anime donde el/la protagonista suele se presentado/a en su niñez sin apenas ningún talento y con bastantes defectos pero tiene un propósito o un objetivo en la vida. 

La perseverancia del protagonista hará que vaya ganando sabiduría siendo cada vez mejor en lo suyo hasta convertirse en una especie de héroe. Comparalo con el típico cómic o serie americana donde el héroe o heroina ya es un/a héroe/ina con grandes poderes innatos desde el principio; aunque también son perseverantes de una forma algo diferente a la japonesa por conseguir lo que quieren, son ambiciosos. Otra característica típica de los héroes de películas y manga japonés es que sus objetivos son sencillos, simples y puros; no tienen grandes ambiciones. 

Hay muchos mangas donde el protagonista quiere ser un buen chef de sushi, quiere ser el mejor presentador de la tele de su provincia, quiere ser un buen vendedor de casas, e incluso hay una serie de televisión sobre la vida de las azafatas del Shinkansen y como se esfuerzan por atender a los clientes cada vez mejor. Son objetivos “sencillos”, con los que se puede identificar cualquier japonés de a pie. Pero, la insistencia por conseguir sus “sencillos” objetivos les lleva a hacer grandes cosas. Pensad por ejemplo en los protagonistas de Dragon Ball o Naruto, ambos de corazón puro e inocente pero gracias a su perseverancia consiguen grandes cosas. Junto a la perseverancia, otro valor relacionado y muy cultivado por los japoneses es el de la paciencia. Hay un refrán japonés que dice algo así como “si quieres calentar una roca siéntate encima de ella 100 años”. Son extremadamente pacientes, pero no en el sentido de quedarse parados sin hacer nada, sino en el sentido de ser insistentes y ser paciente hasta conseguir el propósito deseado. El valor de la perseverancia también está presente en el idioma japonés y en muchas de sus expresiones que se usan a diario. Una de las primeras palabras que todos los que estudiamos japonés aprendemos es “ganbarimasu” 頑張ります que se suele traducir como “Hacerlo lo mejor posible”. Pero en realidad, si miramos detalladamente los caracteres que componen la palabra gambarimasu tenemos que: 頑 significa (cabezota, con firmeza) y 張 que significa (estirar, extender). Es decir, el significado que siente un japonés cuando dice “gambarimasu” sería algo así como “Estirar, llevar al máximo mi cabezonería/objetivo”. La palabra “gambarimasu” y también la variación “ganbatte kudasai” que significa “Hazlo lo mejor posible”(traducción típica)/”Se cabezón y firme hasta conseguir lo que te propones” se utilizan muchísimo para dar ánimos en el trabajo, en el deporte, en los estudios etc. Por ejemplo, si un amigo tiene que estudiar para un examen, al despedirnos el último día le diríamos “Ánimo con el examen y mucha suerte”. Solemos utilizar la palábra “ánimo” que viene del latín “anima, animus” que significa “alma”. Supongo que lo que estamos diciendo al dar “ánimo” es que nuestra alma está con la suya o que le damos “energía a su alma” para que consiga aprobar el examen. En cambio un japonés, antes del exámen diría simplemente “ganbatte kudasai”, que sería “Hazlo lo mejor posible”/”Se cabezón y firme con el examen”.

Fijate que en el caso japonés no hay ningún elemento de suerte o implicación nuestra o del alma en el éxito de nuestro amigo, simplemente le estamos diciendo que lo haga lo mejor que pueda, que sea perseverante. La perseverancia es “buena” en parte pero también se puede convertir en “ser pesado, y cabezota” si se lleva al extremo. Muchas veces los japoneses no saben medir su perseverancia y llegan al límite de pesado y cabezón. Por ejemplo, en el mundo de los negocios, las empresas japonesas tienen fama de “cabezotas”. Antes he comparado el cómic americano con el manga. En el manga los héroes tienen objetivos puros y sencillos que persiguen con perseverancia mientras que en el cómic americano los héroes tienen ya poderes innatos y tienen grandes objetivos que consiguen con ambición. Estados Unidos, y sus empresas han conseguido dominar el mundo gracias mil factores, pero quizás uno de los factores más importantes sea la ambición de los estadounidenses; en cambio en Japón la ambición no es tan importante (De hecho, está mal mirada) y lo que les lleva al éxito es la perseverancia. ¿Perseverancia o ambición? ¿Qué es más importante? ¿Qué valor nos lleva al éxito en Argentina, “la trampa”, “la vagancia”? Volviendo al ejemplo del examen, en Argentina solemos decir “¡Suerte! en el examen de mañana”. Pero lo más interesante sobre los exámenes no es lo de la “suerte”, sino quién es considerado como “héroe” en los institutos y universidades. En nuestro país el “héroe” es aquel que consigue aprobar estudiando lo mínimo, conocido popularmente como “la ley del mínimo esfuerzo” 

Este es un solo un ejemplo, pero seguro que si te detenes a pensar un poco vas a encontrar miles de ejemplos en los que se promueve la “vagancia“, “la trampa” como valores admirables en nuestro país. Otra diferencia entre USA, España y Japón es la consideración del “fracaso”. En Estado Unidos, la gente incluso presume de sus “fracasos” destacando los fallos que tuvo y lo que aprendió para corregirlo en el futuro. En Japón el “fracaso” suele ser “repartido” entre los miembros de un grupo, equipo o família para que no recaiga todo el peso en un individuo en concreto; además animará todos los miembros del grupo unos a otros con “gambarimasu” para salir del hoyo. En Latinoamerica el que fracasa es ¡un fracasado! y todo el mundo de su alrededor se lo intentará echar en cara y hablará mal de él. Recuerdo que en mi adolescencia tenía un miedo terrible a “fracasar”, pero aprendí que “lo importante no son las veces que te caes, sino las veces que te levantas” 

Esto es lo bueno de la educación en valores, nos prepara para la vida: valores que cobran más fuerza que nunca, justo cuando más falta hacen. Los valores son pautas o principios que regulan las actitudes y relaciones entre las personas. Se suelen trasmitir por educación, pero lo importante es que uno los haga suyos en su caso, a través su propia experiencia y reflexión. Los valores se deben cultivar conscientemente y sobre todo se deben respetar en uno mismo y para con los demás. Y es que cuando nacen desde lo más profundo de nuestro ser, son los garantes de una actitud apropiada ante cualquier situación. No fallan. 

Además los valores dan lugar a los buenos hábitos, que son modos recurrentes de proceder originados por tendencias naturales, pero también adquiridos a través de la repetición constante y consciente de actos iguales o similares. Cultivar buenos hábitos sustentados por valores profundos es un gran signo de inteligencia. 

Pero siguiendo con Japón, volveré al Gambarimasu, es decir a la perseverancia. Perseverar es continuar donde la mayoría arrojaría la toalla; es sobreponerse a situaciones límite para conseguir una causa mayor. Perseverar implica claridad mental, autoestima, confianza, disciplina, esfuerzo, orientación al logro… La perseverancia es un valor de los que más admiro en las personas porque recoge por sí mismo una gran cantidad de valores que considero de primer órden. Las personas perseverantes son personas persistentes, resistentes y resilientes. Personas que apuestan por la ilusión y el esfuerzo como modus vivendi. Personas que no están dispuestas a vivir esperando que un golpe de suelte les arregle sus vidas. Personas que quieren lograr algo grande, importante, profundo o consistente a través de sus propias manos, de sus propias mentes y de sus propios corazones. Perseverar es mantenerse constante hacia tu destino, superando las dificultades y aprendiendo de ellas. Perseverar es entender que no hay camino fácil y aún así saber disfrutar de su belleza y aprovechar las oportunidades que están en él, puesto que al actuar de este modo se hacen más visibles. El perseverante sabe que tiene mucho que dar y lo dá sin más: sin medias tintas, sin quejas, sin lamentaciones… 

Por otra parte, la perseverancia no tiene que ver con la cabezonería ni con la obstinación. La terquedad es más propia de quien no escucha o no atiende a razones, que de quien sabe que la escucha activa, el diálogo y la empatía son necesarias para continuar en el camino, incluso para corregir su norte, algo que el perseverante tiene muy claro y sabe aprovechar a su favor. El terco o cabezón, no posee la base de reflexión, trabajo, esfuerzo y disciplina que es propia del perseverante, sino que consigue las cosas más por cansancio de los demás, que con la ayuda de estos. Sin embargo estos logros, precisamente por haberse conseguido de este modo, se sustentan sobre una base frágil sobre la que el obstinado no puede seguir construyendo, no siendo así en el caso que nos ocupa. 

Al hilo de lo anteriormente expuesto, recuerdo que siempre me refiero a la gran crisis mundial como la gran crisis de valores. Una crisis reflejo de un sistema que no funciona, que hace aguas por todas partes por cuanto no nos ayuda a crecer como personas. Estoy firmemente convencido que el pueblo japones va a dar grandes lecciones al resto del mundo sobre dignidad, integridad y legitimidad como ya lo está haciendo, y sobre lo que es capaz de hacer por un país una sociedad educada y sustentada en valores tradicionales que lamentablemente están desapareciendo con el mal llamado “estado de bienestar”. Una situación que parece habernos hecho olvidar que todo lo que disfrutamos hoy, es fruto del esfuerzo y del trabajo de generaciones anteriores.

Japón después del terremoto
Japón está dando grandes muestras de una firme educación en valores: la perseverancia es uno de los más establecidos. El resto del mundo deberíamos aprender.
La educación en valores, nos prepara para la vida: 
Los valores toman más fuerza que nunca, justo cuando más falta hacen.  

Dentro de la terrible crisis desatada en Japón como consecuencia del terremoto y el posterior tsunami que arrasó sus costas y que ha costado más de quince mil muertos, y la situación crítica de su central nuclear deFukushima, emerge lo más sorprendente de todo y que a mí me ha dejado maravillado. Me refiero a la ética del pueblo japonés, a la ética y a la estética. A pesar de la desoladora tragedia que ha llevado muerte y amenazas todavía no resueltas, los japoneses han mostrado una faz serena y una actitud destacada de contención y estoicismo. La vida japonesa sigue casi como si nada hubiera pasado y todos contribuyen a que la cotidianidad siga su curso, a pesar del dolor que sin duda tienen que sentir. 


Nada de escenas de pánico, nada de efusiones sentimentales que se las reservan para su mundo interior: rectitud, integridad, civismo han sido las notas que han marcado estos días en que todos han guardado las colas pacientemente y han sufrido las desdichas de más de medio millón de desplazados que en ningún momento se han quejado de su suerte. 

Hay una palabra japonesa “gambarimasu” que significa algo así como una llamada a sacar lo mejor de uno mismo pero se puede aplicar a los demás para que lo hagan también. Esto es lo que da la impresión estos días, que todos estuvieran sacando lo mejor. La vida japonesa se rige por estrictos códigos de conducta que serían herencia de la ética y el código de honor de los samuráis: el bushido. Alguna interpretación también lo relaciona con el código de los arrozales basado en la perseverancia, la contención, la responsabilidad y el sentimiento de que el individuo se debe fundamentalmente a la colectividad. Todo ello conecta con la ética confuciana que está en la raíz de este pueblo. 

Sin ostentación del dolor o del miedo, el japonés no quiere molestar a los demás con la expresión de sus sentimientos. Son ciento cuarenta millones de habitantes viviendo en una isla de extensión la mitad de España. Los niños aprenden desde muy pequeños a no exteriorizar sus sentimientos. Esto contrasta con nuestra cultura mediterránea que magnifica la efusión del sentimiento en todos los sentidos. Pero allí el individuo sabe que se debe a la colectividad, no exalta su individualismo que tenemos nosotros tan a gala. Y además uno debe considerar siempre los sentimientos no expresados de los demás. Es el tatemae que es algo así como los pensamientos que se dicen en público y que nunca deben ofender a los otros. Para dentro se reserva el honne que es lo que se piensa en realidad. Parecería que es algo común con nosotros pero en la cultura japonesa se lleva al extremo el cuidado de no ofender a los demás y para ello se utilizan numerosos ritos de conducta y de relación que deben ser cuidadosamente respetados. 

Recuerdo un día una fiesta que llevé a cabo en mi casa a la que estaban invitados una veintena de amigos. La fiesta era totalmente informal y caracterizada por la espontaneidad, lo que es natural entre nosotros. Uno de los amigos, inglés, llegó con una muchacha japonesa. Los recibí, charlé con mi amigo inglés, y me dirigí a organizar la cena. Para mi sorpresa la muchacha japonesa se mantenía en la puerta más de media hora después de haber llegado. Yo no lo había advertido. La razón era que yo no la había invitado formalmente a entrar en mi casa. Mi amigo me lo reveló y me dirigí a ella para invitarle a pasar. Me explicó luego que en Japón es esencial respetar el espacio personal de los demás que no debe ser invadido. Para ello, aprenden a controlar los sentimientos desde niños para que estos no ofendan ni avasallen la intimidad ajena. Son demasiados y el espacio es pequeño en las casas. Debe tenerse un respeto extremo por el derecho a la soledad e intimidad de los otros. 

La ética del samurái se muestra estos días en la actitud de esos cincuenta ingenieros y trabajadores que se han quedado en el reactor accidentado de Fukushima. Las posibilidades de que sobrevivan son muy escasas por los altísimos niveles de radiación que están recibiendo. Han sido voluntarios. Recuerdan, como se ha dicho, la gesta de los 47 ronin, samuráis sin señor, que en el siglo XVIII, al final de la era Genroku, vengaron a su señor muerto por seppuku a consecuencia de las provocaciones de otro señor que le había ofendido. Los 47 samuráis, deshonrados por la muerte de su señor, mataron, tras un largo proceso, al ofensor para ser luego condenados a muerte por suicidio (seppuku). Son reverenciados y recordados todavía en el Japón moderno como uno de sus grandes mitos nacionales. Ha habido varias versiones cinematográficas sobre ello e incluso Borges le dedicó uno de sus relatos en la Historia Universal de la infamia. 

En fin, sobre todo espero, deseo y confío en que el pueblo japones se recuperará prontamente de sus heridas. Que esas brechas que ahora se abren profundas sobre la faz de la tierra, cicatricen tan pronto como las de sus corazones. Y que esa agua que tanto daño ha hecho desaparezca tan pronto como las lágrimas de sus mejillas. A un pueblo se le conoce en la adversidad. Japón ha tenido páginas oscuras en su historia, es cierto, pero la ética y la rectitud que brillan en estos momentos me hacen realmente admirarles y hacerme sentir próximo a ellos.